Mitos Atacameños
- Haga clic sobre las imágenes para ver las ilustraciones completas de Carmen Cardemil.
El Suri Y El Sapo
LA GRAN BATALLA DE LOS ANIMALES
Un caluroso día, el suri —que tenía mucha sed—, fue al arroyo a
tomar agua. Al llegar a la orilla no vio que había un sapo y lo pisó.—¡Ay, que me pisas! ¿Acaso soy muy chico y por eso me pones la pata encima? ¿Quieres guerra? —preguntó el sapo, adolorido.
—Está bien, si quieres guerra, la tendrás —contestó el suri.
El sapo reunió a su ejército conformado por vizcachas, gatos, culebras y con el zorro como general.
Cuando estuvieron listos fueron al encuentro del suri. Todos estaban sorprendidos ya que el suri solo llevaba tres cántaros.
El zorro gritó dando la señal de partida. Gatos, culebras y vizcachas se abalanzaron sobre el suri. Estaban seguros de que la batalla estaba ganada.
Pero cuando ya estaban a pocos metros del suri, éste abrió sus cántaros
y un centenar de tábanos salió disparado sobre los animales. Los pobres animales se golpeaban contra el suelo para evitar las picadas de los tábanos.
Entonces, a lo lejos, se escuchó la voz del zorro que ordenaba: —¡Al agua, al agua!
El suri había ganado la batalla.
Fuente: Gómez Parra, Domingo, Cuentos de nuestra tierra, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad de Antofagasta, 1994.
La Pastora, El Cóndor Y El Picaflor
EL RAPTO DE UNA JOVEN ATACAMEÑA
Estaba la pastora tejiendo cuando se acercó un cóndor disfrazado
de hombre. Se subió a la espalda del joven atacameño, quien inició una
caminata. Poco a poco los brazos del joven se transformaron en grandes
y fuertes alas. Luego emprendió el vuelo por los cerros cordilleranos y
dejó a la pastora en una cueva. El cóndor deseaba casarse con la
muchacha pero ella estaba triste: extrañaba a su comunidad y sentía
hambre, pues rechazaba comer la carne cruda que le ofrecía el ave. Un
día en que el cóndor estaba fuera, apareció un picaflor que le dijo a la
joven:—Te llevaré de regreso siempre y cuando me regales tu collar verde.
Así lo hicieron y, al regresar a su comunidad, la pastora contó lo sucedido a su familia. Decidieron esconderla, convencidos de que el cóndor la buscaría por todas partes. Al poco tiempo se presentó el ave y el padre de la pastora le quemó la cara y el cuello con agua hirviendo: desde entonces los tiene pelados. El cóndor se enojó mucho con el picaflor, y se lo comió, pero como era muy chiquito le salió por el ano. Desde entonces el picaflor lleva un collar verde en el cuello y el cóndor
tiene el cogote pelado.